Fecha de publicación: Oct 23, 2012 4:24:44 AM
Hace meses ya que muchos se preguntan y se asustan por la posibilidad de reelección indefinida del presidente en Argentina. Requiere una reforma de la Constitución, claro está. Nada que otro justicialismo no haya pretendido y no haya logrado antes.
Los 2 largos peronismos anteriores lo hicieron: el de los 10 años de Perón, lo consiguió en el 49; el de la década de Menem, en el 94. El primero estableció la reelección indefinida. El segundo, solo la reelección. Ahora transitamos el tercer largo peronismo de la historia argentina. Ya van 10 años desde Duhalde en 2002, 9 desde Néstor en 2003, 7 desde las legislativas de 2005 cuando Kirchner le arrebató el dominio del poder político bonaerense a Duhalde a través de una disputa de esposas, ya que fueron Chiche y Cristina quienes efectivamente se enfrentaron en las listas en nombre de sus maridos.
10 años de peronismo. Último mandato constitucional de la caudilla en funciones. Allí estamos. Como en el 97 ó 98, un peronismo se prepara para suceder a otro peronismo. Es hora de ir iniciando las traiciones y olvidar por un rato la proclamada lealtad. Cristina lo sabe, lo mismo que De la Sota o Massa, Macri o Moyano, De Narvaez o Scioli. Lo saben Caló y Barrionuevo, también Yasky y Miceli. Curto y Othacehé, Randazzo y Solá, Reutemann y Pichetto, Boudou y Mariotto, Menem y Cafiero. Todos lo saben, hasta Mendiguren y Rocca.
Estamos en 2012. Hasta el 2015 estos muchachos tienen mil cien días para armar tremendo desbande. Todos tienen experiencia en esa práctica. La voluntad-rumor de reforma de la Constitución que el Gobierno difunde los contiene un poco. Los hace ser prudentes. Pero para que la amenaza de reforma sea efectiva, la imagen de Cristina debe dejar de caer: hacia allí apuntan con el 7D, por eso la desinversión de Clarín es precondición para que la amenaza de reforma contenga el desbande.
Íntimamente es muy probable que Cristina le asigne pocas posibilidades de éxito a la reelección indefinida. Incluso es posible que no la desee. Pero eso no importa. Irse mostrando decidida hacia el objetivo -algo que seguro irá haciendo mediante sutiles señales- es una estrategia de poder que solo le suma. Es cierto que refuerza el rechazo republicano de quienes no la votaron ni lo harían. Por ese lado electoralmente no pierde nada, solo daña la escena peronista de la calle, en la medida en que hace más masivos los cacerolazos, pero nada más. Tampoco pierde a quienes votan con el bolsillo: muchos de ellos tienen problemas más urgentes que atender, mientras que otros no se detienen en esos formalismos institucionales. A estos se los seduce con otras armas.
Por el contrario, la amenaza de reelección indefinida consigue que el PJ no se desbande tan pronto. Si le sale bien, Cristina deberá jugar al sacrificio por su pueblo y seguir gobernando hasta su muerte, su renuncia o su derrota. Si le sale mal, habrá conseguido ganar tiempo y reducir el margen de maniobra del desbande.
Tras 10 años en el poder, los peronistas han convertido la gobernabilidad argentina en una supervivencia del más apto tan voraz que no solo se los come a ellos mismos, sino que también derrocha la energía política del país. Vieja historia repetida.
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