Fecha de publicación: Ene 4, 2023 10:56:08 PM
Hay un punto donde el fracaso del PBI per cápita de Argentina es un éxito.
Un éxito que le duele a un tercio o más de su población, que vive en la pobreza.
Argentina es el único lugar del mundo donde una sociedad vota desde hace décadas opciones políticas cuyo resultado económico está bastante en línea con la teoría del decrecimiento. No las vota a propósito. Una y otra vez sus ciudadanos votan con la ilusión de crecer y de poder consumir más bienes y servicios. Pero eligen dirigentes que aplican políticas públicas cuyos resultados hacen que no crezca el PBI per cápita.
Algunos años puede parecer que la tendencia se rompe. Es cuando las noticias hablan de la Argentina desarrollista (en los 60), de la mejor alumna del FMI (en los 90) o de la que crece a tasas chinas (en los 2 miles). A no desesperar: a esos comportamientos siempre les seguirá después su contracara, con crisis o estancamientos que harán retroceder lo ganado y volverán a poner al PBI per cápita otra vez en el mismo lugar.
La composición del PBI sí varía. A veces el Estado aporta más, en otros momentos menos. Y en el largo plazo, la tendencia es que su distribución vaya empeorando: al PBI lo produce y lo consume cada vez menos gente. Es menos transversal a toda la sociedad. Es decir, Argentina no es un éxito en términos del coeficiente de Gini. Pero si se hace un análisis agregado, el PBI per cápita se mantiene estable. Como si lo hubiese planificado un teórico del decrecimiento.
¿Argentina solo produce más que hace 40 años porque hay el doble de argentinos? A primera vista parecería que sí. Si el PBI per cápita es igual pero PBI es el doble, será porque viven el doble de argentinos. Esto es efectivamente así, pero ni siquiera. Argentina es un país cada vez más sectorizado: hay actividades que han evolucionado en su productividad a la par del mundo: agro, minería, software. Pero conviven con muchos sectores que producen muy poco: rentistas, contratistas del Estado, jipones que hacen changas, sectores de la administración pública, personas subsidiadas o excluidas.
El listado no tiene nada de exhaustivo. Cada uno le puede añadir o quitar al sector que quiera. Pero todo eso junto hace a la sociedad argentina. Y es todo eso mezclado que, en promedio, produce lo mismo que hace 40 años.
Es por eso que el territorio argentino permanece tan virgen. Tan poco explotado. Hay que salir y gastar neumático para ver con los propios ojos que el territorio argentino, ese pedacito de planeta Tierra, goza de los beneficios de la falta de crecimiento. Si el PBI per cápita de Argentina hubiese seguido después de los 70 la misma trayectoria que Australia o Nueva Zelanda (como era hasta ese entonces) hubiesen pasado muchas cosas:
La transición demográfica se hubiese adelantado y la tasa de natalidad hubiese sido menor, pero habría mucha inmigración así que la cantidad de población posiblemente fuese igual que ahora.
El territorio estaría mucho más explotado: la inmensa cordillera y la meseta central patagónica tendría muchos más caminos, camiones, minas, pozos de petróleo y basura. Habría muy poca selva: solo permanecerían los parques nacionales y superficies demasiado inclinadas o rocosas como para hacer agricultura o forestar.
Habría muchos menos desiertos naturales y montes bajos de clima seco. El uso del agua para riego sería mucho más extremo: habría grandes acueductos desde el litoral para regar zonas secas de la pampa. También mucho bombeo de aguas subterráneas. Ver montes vírgenes de algarrobos sería raro: habría olivos y vides por todas partes.
El mar argentino estaría plagado de barcos de pesca, de marina mercante, de pozos petrolíferos y de salmoneras. Habría menos mamíferos marinos y el agua no sería lo que es ahora.
Las costas estarían llenas de emprendimientos turísticos y residenciales. No sería fácil acercarse al mar en cualquier lugar. Todo estaría concesionado, forestado y privatizado. Los lagos cordilleranos estarían casi todos intervenidos por casas de ricachones y hoteles.
Ya no habría pueblitos con personas del lugar haciendo su vida y pensando en sus propias cosas y problemas: la inmensa mayoría estaría conectada y jugando al mismo juego social, con Netflix, Amazon, Disney, la misma música y los mismos gustos.
Las periferias de las grandes ciudades no tendrían villas ni basurales, habría en cambio grandes edificaciones para las clases populares, zonas residenciales muy extendidas, centros comerciales y extensos parques industriales.
Las fronteras serían zona de conflicto permanente: atestadas de personas de los países vecinos intentando entrar a la tierra prometida. Nos tendrían bronca todos nuestros vecinos. Seríamos ricos, presumidos y xenófobos con los inmigrantes latinos y con nuestros vecinos.
Tendríamos una liga de fútbol poderosa, llena de estrellas de otros países. Boca y River tendrían muchas más Libertadores y mundiales de clubes, pero una sociedad con menos hambre alimentaría hinchadas más amargas y desincentivaría darlo todo por el fútbol en las inferiores. Por lo tanto, nuestro fútbol, el nuestro (jugadores e hinchas), sería peor.
Pero todo esto que no pasa, y en cambio lo que sí tenemos, no fue producto de la planificación de una clase dirigente que ama el buen fútbol y el decrecimiento. Fue producto de una clase dirigente (política, sindical, empresaria, judicial) y de un pueblo que busca pero no encuentra cómo hacer que la Argentina expanda el capitalismo en su territorio.
Es el viejo "empate" entre las fuerzas de la centro izquierda y la centro derecha.
La centro izquierda posible es peronista, y una y otra vez ignora los condicionamientos macroeconómicos para implementar planes que consiguen consenso por unos años hasta que se agotan por inflación y pierden las elecciones.
Por su parte, la centro derecha post 1983 ha sido también peronista (Menem), empresaria (Macri) o mediática/bronquista (Milei). Triple M. Esta centro derecha cree que Argentina puede generar ingreso y empleo para toda su población achicando el Estado y abriendo la economía, cosa que no sucede, hay crisis de deuda y social, y pierden las elecciones.
Y entonces otra vez viene la centro izquierda, que aplica nuevamente su mismo programa.
Esta es la fórmula exitosa del decrecimiento futbolero argentino.
En unos años, un mundo agobiado por la crisis climática y ecológica posará sus ojos en nuestro sistema político. Nos estudiarán. Tratarán de entender cómo hacer para replicar nuestro exitoso modelo. Ese que permitió preservar a la naturaleza y encumbrar al fútbol a costa de dolor social elegido democráticamente.