Ideas de Georg Simmel y Richard Sennett.
Para analizar los efectos de la conformación de la ciudad moderna sobre la percepción y la subjetividad humanas desde los puntos de vista de Simmel y Sennett, existen dos ejes:
en Simmel el eje de la economía monetaria;
en Sennett el eje de la circulación, asociado al espacio de libertad, junto a la igualdad y la fraternidad, los otros dos lemas de la Revolución Francesa.
En el primer caso, el análisis se centra en los efectos que el triunfo de la economía monetaria capitalista generó sobre la vida en las ciudades. El dinero y su dominio generalizado implica para este autor que la diversidad es uniformada por un único parámetro, el dinero, que borra las diferencias cualitativas en pos de una absoluta cuantificación de la vida, que confiere al hombre un espíritu cuantificador que lo lleva a mantener "relaciones racionales" objetivas, numéricas, con los otros hombres y su entorno[1]. De esta manera, la vida anímica del hombre es intelectualizada, y reacciona frente a las amenazas externas mediante una racionalidad defensiva: el entendimiento. Detrás de esta idea, aunque el autor no lo menciona, anda dando vueltas el individualismo.
La vida de la ciudad moderna expone a los hombres que en ella habitan a una vida nerviosa muy intensa, debido a la velocidad ininterrumpida de intercambios e imágenes cambiantes a las que son expuestos. Frente a tantos contactos con diferentes personas, y ante la imposibilidad de responder a todos ellos con intensidad, los urbanitas adoptan una reserva externa frente al contacto con la gente, que les sirve de defensa y que los hace parecer fríos ante los ojos de los hombres de campo o de pueblo. Esta reserva externa tiene como contrapartida interna un sentimiento de aversión, de extranjería y repulsión mutua frente a los otros urbanitas. Reserva externa y aversión interna dan como resultado una actitud antipática, que genera la distancia necesaria como para mantener semejante cantidad de relaciones.
En un nivel un poco más general, el urbanita sufre de indolencia, esto es, la incapacidad de reaccionar frente a los estímulos con la energía que éstos requerirían. En otras palabras, se trata de un estado de embotamiento frente a la diferencia de las cosas, que los hace tener la sensación de que "todo da igual" o "qué importa si total...". El problema es que este sentimiento desmorona a la personalidad del propio urbanita, al sentirse él mismo desvalorizado.
La esencia espiritual de la gran ciudad está aquí presente: por un lado la libertad personal que permite al urbanita circular por donde él quiera sin darle cuentas a nadie, pero como contrapartida un sentimiento de soledad y de abandono. Un claro ejemplo de pérdida de esa libertad personal es la que sufren los famosos: no pueden circular como urbanitas comunes, se les es difícil mantener la reserva externa ante el requerimiento de los otros ciudadanos, por eso muchas veces escapan de vacaciones a lugares donde puedan disfrutar nuevamente de esa libertad personal.
Otra condición a la que está sometido el urbanita es a la especialización, fruto de la gran división del trabajo que caracteriza a la ciudad moderna. Para Simmel, la especialización atrofia la personalidad. Ante la grandeza, la inmensidad de lo impersonal que se vive en la ciudad, el urbanita aparece muy chiquito, como un puntito intrascendente, lo cual derrumba su personalidad. ¿Qué hace entonces el urbanita para lograr alguna autoestimación, para ser consciente de ocupar algún sitio? Se distingue. Le surge una necesidad de ser diferente, de destacarse (necesidad aprovechada e incentivada por los productores especializados de diferencias), de ser alguien entre semejante impersonalidad. Es así como aparecen las rarezas y extravagancias propiamente urbanas.
De esta manera, el urbanita estaría entre dos deseos difíciles de congeniar: por un lado el de gozar de libertad individual, y por el otro el de ser alguien, el de distinguirse del resto.
Algunas de estas ideas son también tratadas por Sennett, poniendo el acento en la concepción de la libre circulación de los seres humanos, que surgió de la aplicación del modelo de la circulación sanguínea y nerviosa al de la sociedad "saludable". La condición para la salud estaría entonces dada por la circulación, entendida como fin en sí misma, y presente en diferentes niveles:
A nivel corporal: libre circulación sanguínea y nerviosa, libre circulación del aire sobre la piel, por lo tanto un requerimiento de limpieza y de ropas menos densas.
A nivel del individuo: un ser humano móvil, que circula libremente por el espacio.
A nivel de la ciudad: La necesidad de que sea un espacio apto para la circulación: cloacas, calles, avenidas, limpieza de basura, limpieza del aire, plazas libres de vegetación u obstrucciones.
A nivel del mercado: un mercado libre, sin restricciones a la circulación de mercancías (incluida la fuerza de trabajo) como condición de la "salud económica".
Esta libertad de los hombres para circular por el espacio y en definitiva por el mercado es considerada por Sennett como el origen del individualismo que tiene como paradigma al "homo economicus", liberado y especializado, practicante de la "ética de la indiferencia".
Ahora, ¿qué ocurrió cuando las multitudes de las ciudades se encontraron inmersas en un espacio de libertad como el que generó la Revolución Francesa? Además de que ese nuevo espacio de libertad permitió una máxima vigilancia policial, ese mismo espacio apaciguó a la multitud, que cayó en la apatía y en la confusión a medida que la Revolución escenificaba sus principales acontecimientos públicos. La multitud, anónima, liberada de responsabilidad[2], se convirtió en un "mirón colectivo", que miraba pero ya no tocaba a Marianne, Diosa de la Libertad de la Revolución Francesa, cada vez más pasiva y con pechos menos generosos.
¿Cuál es entonces, creo, la idea de Sennett? Que el espacio de libertad -como volumen puro- que brindan la sociedad burguesa y la ciudad moderna a los ciudadanos móviles, termina por embotarles el cuerpo. En cambio, "la libertad que estimula el cuerpo lo hace aceptando la impureza, la dificultad y la obstrucción como parte de la propia experiencia de libertad. (...) La resistencia es una experiencia fundamental y necesaria para el cuerpo humano"[3].
[1] Por ejemplo, el tamaño del sueldo (dinero) es para mucha gente indicador del valor como persona de aquél que lo percibe. Es decir que un mismo parámetro me sirve para saber cuánto cuesta un chicle en el quiosco y cuánto “vale” como persona mi compañero de trabajo. Por supuesto que esto es un poco exagerado, pero algo de eso hay. Sino fijémonos es los montos que las compañias aseguradoras y el derecho fijan como indemnizaciones en caso de discapacidad por accidente o muerte. ¿Perdiste una pierna?, el que te pisó te tiene que pagar 300000 dólares; ¿se murió tu papá?, el seguro de vida te paga 80000 dólares. Ya sé que nadie es tan estúpido como para creerse que su padre costaba 80000 dólares, pero un continuo machacar en ideas como éstas hace que se cree un imaginario en el que casi todo está uniformado por un único parámetro, el dinero, y se de así, como Simmel dice, una absoluta cuantificación de la vida. El dinero me sirve como una especie de comparativo universal. ¿Cuánto te salió? ¿Cuánto te pagaron?
[2]Al igual que el poder, camuflado detrás de la burocracia.
[3](pág. 331)