José Arocena responde a esta pregunta de forma precisa: “no hay una teoría sobre el desarrollo local, sino teorías sobre el desarrollo que difieren entre ellas en la forma de considerar lo local”[1].
Al menos en Occidente, han existido -y todavía existen- tres grandes teorías de interpretación del desarrollo:
El evolucionismo. Engloba a todas aquellas posturas que sostienen que las distintas culturas y sociedades humanas recorren un único proceso evolutivo -progreso- que atraviesa etapas sucesivas y desemboca en un solo punto de llegada: ser como las sociedades industrializadas.
El historicismo. Abarca a las posturas que consideran que cada proceso de desarrollo es único -con una historia específica y un punto de partida diverso- desde el que se va desenvolviendo de acuerdo a las opciones estratégicas que eligen sus elites en cada momento.
El estructuralismo. Comprende a una multiplicidad de enfoques críticos que señalan que, en el marco de un único sistema global interdependiente que se reproduce de manera coherente, las sociedades no desarrolladas, que ocupan la posición de dominadas, solo pueden desarrollarse cambiando el sistema, atacándolo de forma revolucionaria en su contradicción principal.
Para el evolucionismo, lo local, con su arraigo a formas tradicionales de vida, es el espacio de resistencia al movimiento global hacia el progreso. Por este motivo, es un espacio que, heterogéneo, debe ser suprimido para conseguir sociedades modernas con características uniformes.
Para ilustrar esta situación, Arocena (2002: 71) menciona el caso de Walt Rostow[2], quien sólo demuestra interés hacia lo local por su mayor o menor capacidad de introducir aquellas técnicas modernas que permiten pasar de una sociedad tradicional a otra con condiciones previas a la etapa de despegue económico.
Por su parte, el historicismo considera lo local[3] como un reservorio de diversidad y riqueza que debe ser aprovechado y desarrollado en contra del movimiento hacia el progreso y su proyecto de uniformidad global.
Para el historicismo, en la base de toda crisis de desarrollo se encuentra una crisis de identidad. Para conseguir el éxito en cualquier proyecto, los actores locales -elites- deben tener en cuenta qué es lo específico de su nación, región o localidad[4], para entonces encontrar su propio modo de desarrollo, sobre la base de un conocimiento propio o apropiado.
Por último, el estructuralismo considera lo local como “un simple lugar de reproducción de los mecanismos globales” (Arocena, 2002: 81). De esta manera, lo local no sería más que un recipiente en el que se manifiestan las características estructurales del sistema global y sus contradicciones.
En el marco del capitalismo, el sistema global funciona como un proceso desigual en el que algunas sociedades -desarrolladas- dominan a otras -subdesarrolladas-, siendo el subdesarrollo de unas, condición para el desarrollo de las otras[5].
Sin adherir a ninguna de las tres posturas, pero rescatando de todas ellas algún aspecto, existen otras teorías del desarrollo que abordan el análisis tratando de evitar los reduccionismos y abordando el tema desde una perspectiva que tenga en cuenta su complejidad.
La propuesta de Arocena se enmarca en esta línea. Teniendo en cuenta la separación analítica entre las ideas de modo de producción y modo de desarrollo desarrolladas por Alain Touraine en la década del 70[6], y teniendo en cuenta la crisis actual en el sistema de representaciones que describe Edgar Morin[7], Arocena (2002:89) propone una matriz interpretativa del desarrollo con tres dimensiones:
En determinado momento histórico de una sociedad, una sucesión de cambios en los que participan actores locales históricos y de clase provocan un nuevo modo de funcionamiento social, con una lógica interdependiente que deriva en sistema y que empieza a generalizarse y a extenderse, funcionando como modelo de desarrollo para actores de otras sociedades que, a partir de ese y otros modelos disponibles, pero desde su especificidad histórica local, generan una sucesión de cambios, que derivan a su vez en sistema y que amplían la disponibilidad de modelos de desarrollo disponibles para otras sociedades.
De esta manera, la postura de Arocena rescata del historicismo, la especificidad de la historia; del estructuralismo, la interdependencia del sistema; y del evolucionismo, la representación de un modelo. Se genera de esta forma una especie de semiosis de modelos de desarrollo disponibles, que se influencian unos a otros sin seguir una línea de evolución constante ni homogénea, con momentos en los que, por ejemplo, los sistemas de funcionamiento social pueden no ser lo suficientemente sólidos como para constituirse en modelos que inspiren acciones transformadoras de actores, produciéndose un quiebre entre historia y sistema, es decir, una sensación de falta de rumbo que derive en ausencia de acciones lúcidas, en el sostenimiento de un statu quo ya desgastado, o en la revalorización de modelos de otros tiempos o sociedades, anteriormente descartados.
[1] Arocena, José, El desarrollo local, un desafío contemporáneo, segunda edición ampliada, Editorial Taurus - Universidad Católica del Uruguay, Montevideo, 2002, pág. 68.
[2] Autor evolucionista, que definió cinco etapas comunes a todo proceso de crecimiento económico y la cantidad aproximada de años que se necesitan para pasar de una a otra: la sociedad tradicional, las condiciones previas al despegue, el despegue, la marcha hacia la madurez, y el consumo de masa.
[3] Ya sea que se encuentre en los países industrializados o en los del Tercer Mundo.
[4] En el caso de Anouar Abdel-Malek, citado por Arocena (2002:77), esa especificidad local se encuentra en las características particulares y en la manera de combinar cuatro factores, que son: “la producción de la vida material, la reproducción de la vida (la sexualidad), el orden social (el Estado) y las relaciones con la temporalidad (la finitud de la vida humana, las religiones y la filosofía)”.
[5] Esta relación de dominación puede existir entre sociedades de distintas naciones o regiones, pero también al interior de las naciones, reproduciéndose hasta un nivel microlocal.
[6] Touraine afirma que el modo de producción -remite a la idea de sistema- está protagonizado por actores de clase que no siempre coinciden con los actores históricos, que son quienes protagonizan el modo de desarrollo -remite a la idea de historia-. La manera en que se articulan estos dos actores es clave para interpretar las distintas vías de desarrollo.
[7] Morin afirma que las elites no tienen una representación mental legitimada de hacia qué sociedad se está yendo: “aún no llega ‘a constituirse un nuevo modelo de humanidad fundado a la vez en la realización de la unidad genérica de la especie y en la realización de las diferencias’”, citado por Arocena, op.cit., pág. 87.