Flores D'Arcais comienza el texto admitiendo la crisis mundial de la izquierda, pero entendiendo la palabra crisis como oportunidad a la vez que peligro. Ocurre que como en los 80 la izquierda no reinventó su propia identidad, en el imaginario colectivo de hoy se la sigue identificando con los regímenes totalitarios de la Europa del Este o con las políticas de los partidos socialdemócratas en el poder en Europa.
Ahora bien, ¿por qué pone a los 80 como la década en la que la izquierda tuvo la oportunidad de reinventarse y no lo hizo? La respuesta es que en esa década el eclipse de la democracia embargó -tanto en la cultura como en praxis política- las instituciones representativas de Occidente. Según Flores D'Arcais, este problema fue un banco de pruebas crucial para el pensamiento crítico y para una fuerza política de cambio. Oportunidad que la izquierda desaprovechó porque no quiso ver[1] que el monopolio de la política en manos de una corporación profesional (los partidos de masas) estaba contaminando y amputando a las democracias occidentales, ya que estaba transformando en ficción las dos características fundantes de la democracia:
la formalidad: entendida como un pacto (ordenamiento jurídico) por el cual el Estado, a través de funcionarios imparciales, garantiza a todos los ciudadanos sus derechos y su protección. Este pacto declina cuando la afiliación política o los lazos de clientela tienen más peso que la ciudadanía para el goce de derechos y de protección por parte del Estado.
la representatividad: se desvanece, entre otras cosas, cuando el ciudadano advierte que...
ha sido degradado a súbdito y a cliente de una clase política de hecho inamovible
la política se va transformando en cosa de ellos (los políticos), en actividad y monopolio de una corporación atrincherada
la mayoría y la oposición se asemejan cada vez más anulando cualquier posibilidad de elección y control
su soberanía ha sido reemplazada por el abuso de poder de ellos
los políticos de profesión son una casta de que se reproduce por cooptación y gemación, autolegitimada y autorreferencial, incapaz de representar la voluntad de los ciudadanos.
Bajo este desvanecimiento de la democracia[2], que según Flores D'Arcais se da fuertemente en los 80, el ciudadano vive la política cada vez más como algo extraño y se crea un círculo vicioso en el que este "ciudadano" (cada vez más entre comillas) oscila entre la apatía (que afianza aún más a los dueños de la política) y la rabia contra todos los políticos. Esta "ciudadanía escamoteada", muchas veces elige canales populistas e iliberales para expresarse, fortaleciendo la voluntad de obediencia, que según Flores D'Arcais, es el caldo de cultivo de toda desviación totalitaria[3].
Un fuerte ejemplo de eclipse de la democracia representativa se dio en la Italia de los '80, país donde se había generado un régimen en el que el poder ya no estaba sujeto a la ley, sino que una "masa" de corrupción se había transformado en sistema. Pero en verdad, en toda Europa está (en presente) amenazada la democracia porque ha sido reemplazada por la partitocracia, es decir, partidos-máquina que cada vez más se parecen entre sí y que monopolizan (en coalición o en alternancia) la esfera política.
La izquierda no supo ver todo este proceso de embotamiento de la democracia representativa en Occidente y mucho menos supo combatirlo.
Frente a esta crisis, dirá Flores D'Arcais, es necesario reinventar la izquierda. Para eso, comienza dejando en claro que la izquierda siempre ha querido decir "tomar partido por el más débil, por el más frágil, por el más desamparado, por el que corre más riesgos. Si esto es verdad, entonces izquierda quiere decir individuo". Alrededor de este último punto está lo central del texto.
De entrada aparecen 2 paradojas:
La tradición histórica e ideológica de la izquierda siempre ha rechazado asumir al individuo como bandera propia.
El individuo se presenta no sólo como el antagonista que la izquierda ha sometido a crítica de forma sistemática, sino sobre todo como el protagonista ya realizado del mundo moderno.
Pero estas dos paradojas surgen por un lado, de la no clarificación de lo que implica "individuo", y por el otro de la confusión de "individuo" con "individualismo".
Entonces, ¿qué implica hablar de "individuo"?:
Implica DIFERENCIA, la existencia única e irrepetible que hace de cada uno un disidente. El individuo o es único o no lo es.
Implica AUTONOMÍA, libertad de autoproyectarse. Por lo tanto no hay individuo si la existencia se resuelve en el cumplimiento de un papel predispuesto, como por ejemplo la esfera del mercado, que no es suficiente para producir individuos.
Implica IGUALDAD DE OPORTUNIDADES, ámbito irrenunciable de la diferencia.
En relación a esto último, implica que se den los derechos a SANIDAD, CASA y EDUCACIÓN. Todos y para todos. Puesto que los derechos sociales y civiles son fragilísimos, en tanto van contra naturam, es necesario que exista un poder público férreo que los garantice.
Implica PARTICIPACIÓN LIBRE y EFECTIVA en la esfera de la comunicación y de la decisión pública. Por lo tanto, el hombre de la sociedad civil que se desenvuelve sólo en el ámbito privado no es individuo, y tampoco lo es aquel que no pueda expresar libremente su opinión.
Implica PODER COMPARTIDO y SIMÉTRICO, a partir del cual puede hacer valer su irreducible diferencia. Esto quiere decir un PODER EQUILIBRADO, LIMITADO y CONTROLADO.
Implica INSTITUCIONES POLÍTICAS que garanticen y propicien el ejercicio de la diferencia.
¿Es entonces la modernidad una realización del individuo? Flores D'Arcais dice que no, porque la modernidad promete el individuo a la vez que lo abandona. Es decir, dice una cosa pero hace otra, proclama solemnemente los valores del individuo pero en la práctica deja que rijan otros valores. Por lo tanto es la hipocresía la verdad de la modernidad, el haber eludido el proyecto del individuo.
Para justificar esto, y partiendo de la base de que en la modernidad todo "sujeto" debe doblegarse a la inevitable voluntad del mercado, el autor propone el ejemplo del homo economicus, esencialmente in-diferente, ya que bajo el punto de vista del enriquecimiento y del consumo todos los hombres valen como replicantes de un único modelo. Además tampoco existe autonomía, ya que esta es diluida en la competición entre homólogos indiferentes. Por último, las otras implicancias de individuo tampoco se cumplen en la sociedad moderna y sus instituciones "representativas" agonizantes.
En definitiva, lo que la modernidad realiza, más que el individuo, es el individualismo, como ideología que anula al individuo en cuanto a diferencia, ya que lo reduce a replica de un mismo guión.
Según Flores D'Arcais, frente a esta amputación individualista, la izquierda debe afirmarse alrededor del compromiso inamovible para que todos sean individuos. En esto consiste su propuesta de "reinventar la izquierda". Es decir, concebirla como la parte política que lucha con intransigencia para que las instituciones promuevan, propicien y garanticen la condición de individuo para todos. Porque en verdad, la libre voluntad del individuo, su libertad, es un casi nada, es un frágil y fragmentario territorio de autonomía que justamente por su debilidad intrínseca debe ser proyectado y cultivado por las instituciones que se definen liberales y por una sociedad que se declara abierta. De lo contrario, se atenta contra la democracia misma, porque ese casi nada, es el único e irrenunciable todo por el cual la democracia ha decidido comprometerse.
Izquierda supone por lo tanto:
Libertad, igualdad y fraternidad, tomados en serio e interpretando a estos dos últimos principios sólo bajo la bandera de la libertad, lo cual excluye de cuajo cualquier intento autoritario o totalitario.
Inventar una praxis adecuada para "hacer" estos principios y ser coherente entre lo que se proclama y lo que se hace. Implica una revolución liberal permanente.
Responsabilidad por el rumbo que adquieran las reformas en marcha.
Legalidad, como el poder de los sin poder, como la defensa y promoción por igual de los derechos de todos.
Una actitud emotiva de indignación hacia lo existente, que por ejemplo, supone el rechazo a considerar la injusticia social como una fatalidad imposible de superar.
Este último punto es para Flores D'Arcais una de las principales cuestiones que separan a la izquierda del marxismo. Porque mientras que la izquierda se apoya en un presupuesto ético-emotivo, el marxismo desprecia todo proyecto, que juzga moralista y utopista, y contrapone la objetividad del proceso histórico. Es decir, para Marx la lucha de los hombres debería sólo acompañar lo ya escrito en los cromosomas del devenir histórico inmodificable y a lo sumo esa lucha sólo podría "abreviar los dolores del parto". De esta manera Marx estaría contradiciendo la proclama escrita en la undécima tesis sobre Feuerbach: los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de forma diferente, pero de lo que se trata es de transformarlo. Además, para Flores D'Arcais la idea de la llegada del comunismo como obediencia al curso prefijado y objetivo de las cosas sirve a Marx para dar apariencia de fundamento científico a una opinión filosófica. Por ejemplo, en Marx una categoría analítico-económica, el capital variable, está identificada con una clase social dotada de un papel histórico prefijado, el proletariado, que debe representar la contradicción que condena al sistema capitalista a su disolución. Pero en verdad, la mayor parte de los asalariados que trabajaba en las fábricas no coincidía con la categoría filosófica del proletariado que Marx había ideado, contradecía ese deber ser. Es decir, carecía de la conciencia de clase que, según Marx, definía a la auténtica clase obrera.
Según Flores D'Arcais, esta reducción de los trabajadores concretamente existentes a una categoría filosófica, abre la vía a la praxis totalitaria, ya que pretende imponer la propia opinión moral como verdad objetiva, hacer coincidir la verdad con la ideología y, por extensión, con la autoridad legitimada para interpretarla y administrarla[4]. Por lo tanto, el marxismo se guía por la lógica del Uno, que pretende "emancipar" a la humanidad entera, en vez de aproximar para todos la condición de individuos.
Proyecto que tampoco corresponde al multiculturalismo, que, enarbolado en la bandera de la diferencia radical, genera en definitiva una identidad obligada. Es decir, la únicas diferencias que son defendidas como inalienables son las colectivas: género, etnia, preferencia sexual, pero nunca el individuo como disenso respecto a la identidad del grupo. Es decir, se afirma la diferencia del grupo frente a los que no integran -con respecto a determinada variable-, pero hacia adentro se exige uniformidad. Por ejemplo, el feminismo, que proclama la necesidad de reconocer la diferencia de género, rechaza a aquella mujer que no acepta reconocerse en esa identidad, considerándola una mujer no auténticamente mujer, ya que está exenta de "conciencia de género", lo mismo que el trabajador no leninista, al que Lenin consideraba como un infiltrado de la pequeña burguesía en el seno de la clase obrera. De esta forma, las ideologías de la diferencia, anulan la diferencia. En todo caso, afirman una sóla, las que debe identificar al grupo, y anulan todas las demás.
Con respecto al multiculturalismo, se trata de elegir qué es prioritario: la diferencia como individuo o la diferencia como cultura. En el primer caso se estaría fuera del multiculturalismo, que lo que difunde es la lógica de una sociedad progresivamente guetizada. ¿Cuál es entonces la elección de la izquierda? Por lo que sugiere el texto, priorizar (lo cual no implica anular) la diferencia como individuo sobre la diferencia como cultura.
Paolo Flores D'Arcais, "El individuo libertario", en Boletín, septiembre de 1995, Buenos Aires.
[1]Ya a finales de los 70, Václav Havel, hablando de las democracias occidentales, mencionaba "el complejo estático de los partidos de masas, enmohecidos, aquejados de verborragia conceptual, que actúan políticamente sólo para ventaja propia, que privan a los ciudadanos de toda responsabilidad concreta dominándoles con su equipo de profesionales (del poder y de la política)".
[2]Que supone un concreto empobrecimiento de identidad, de esperanza y de calidad de vida.
[3]Cuando la ciudadanía se encuentra frustrada en sus términos de comunicación simétrica y poder compartido, busca una satisfacción sustitutiva en la identificación-subordinación con el líder fuerte, con la personalidad autoritaria donde delega ilusoriamente la función de defensa contra las injusticias y las frustraciones.
[4]Ahora bien, ¿Flores D'Arcais no hace un poco lo mismo al definir que "la izquierda quiere decir, hoy como ayer, tomar partido por el más débil, por el más frágil,..."? ¿No está anulando un poco el devenir histórico al decir "hoy como ayer"? ¿Siempre izquierda significó lo mismo? En todo caso, la idea de lo que en verdad es la izquierda que Flores D'Arcais quiere generalizar a través del texto, ¿no es su propia idea de lo que la izquierda es? ¿No es acaso su propia opinión moral que él quiere, si no imponer, sugerir, como verdad objetiva? De hecho, el admite que su idea sobre lo que es la izquierda no es la idea que el "imaginario colectivo" tiene sobre ella, que la identifica con los regímenes totalitarios de la Europa del Este o con las políticas de los partidos socialdemócratas en el poder en Europa. La lógica que Flores D'Arcais maneja en las páginas 8 y 9 del artículo, ¿no implicaría que es imposible hacer una definición personal sobre lo que tal cosa es, sin caer en el intelectualismo ético que él critica? De hecho, ¿acaso definir (y difundir esa definición) no implica imponer una opinión moral como verdad objetiva? ¿No es acaso eso lo que hace Flores D'Arcais en el texto?